sábado, 19 de enero de 2008

Una pieza en el tablero

Fue un niño prodigio en los años cincuenta y un adolescente rebelde en los sesenta. Pero a diferencia de otros "baby-boomers", su rebeldía no se manifestó en las calles o en los festivales de rock. Sólo jugaba al ajedrez, y lo hacía como muy pocos, antes y después.
Le tocó venir a Buenos Aires en 1971 para definir la eliminatoria por el título mundial contra un armenio, Petrosian, cuya tierra formaba parte entonces de la Unión Soviética. Era una época en que la guerra fría se disputaba en todos los terrenos, incluyendo los tableros de ajedrez. A la larga esa guerra la ganaron los soviéticos, primero con Karpov y luego con Kasparov.
Bobby se daba cuenta del juego que el poder norteamericano practicaba con él, y no quiso prestarse a él por mucho tiempo. Por eso lo persiguieron como a un delincuente. Claro, no se llamaba Rocky Balboa y no encarnaba ningún "sueño americano".
No le cortaron las piernas, como al Diego, pero aquella tierra que vio su victoria más grande en los tableros, escenario de historias borgeanas, fue su morada final en este mundo. Ayer, luego de sesenta y cuatro años de juego, le dieron el jaque mate.

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