martes, 22 de enero de 2008

El ocaso de los grandes colegios (o de una cultura)

Pasó hace unos años con el colegio San José. Ahora está pasando con el La Salle. Se trata de dos instituciones tradicionales en la educación confesional.
Quizás es un síntoma más de los cambios sociales que vive nuestro mundo. Una de las razones parece ser la falta de vocaciones religiosas, algo que no es patrimonio exclusivo de las órdenes afectadas.
La transformación de estos edificios en escuelas-shoppings u hoteles para el turismo extranjero de altos ingresos no debería generar una mueca satisfecha en quienes piensan que es la prueba irrefutable de la decadencia de la educación católica, sino que se trata de algo más grave: la decadencia de una cultura -no sólo argentina-, que no perdona edificios con valor histórico, sean teatros, casas particulares o escuelas. Si hablamos de las iglesias, tenemos el caso de San Ignacio o San Miguel, edificios cuyo derrumbe no era una hipótesis lejana y que han merecido cierta reacción, hasta ahora insuficiente, de las autoridades que deben cuidarlos (no solamente las eclesiásticas, ya que ambos son monumentos históricos).
Hay quienes piensan que los que defienden este tipo de causas perdidas (o casi) están equivocados, porque el Estado no debería intervenir en cuestiones propias de particulares, y que los que promueven este tipo de transformaciones edilicias están generando fuentes de trabajo, por ejemplo, en la construcción, o más adelante en la industria hotelera (no se crea, sin embargo, que la "impecable presencia" o el manejo de idiomas significarán para los "afortunados" salarios mucho mejores que en el primer caso).
Son los mismos, o casi, que cuando se trata de proteger a los trabajadores que se desempeñan en condiciones de precaria seguridad invocan razones parecidas, y cuando hay un accidente enseguida cargan las culpas en el supuestamente imprudente trabajador.

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