lunes, 28 de enero de 2008

La comunidad como fruto de la cultura

A raíz de una pregunta que hacía un amigo en uno de los grupos virtuales de los que participo, yo me pregunto si la idea de comunidad no nace de un sentir común: el sentir que yo necesito de los otros y los otros necesitan de mí. Se nos repite desde casi todas las corrientes de pensamiento que el hombre es un ser social, pero esa socialidad la construye desde el espacio más íntimo, que es la familia, hasta el más abarcador, que es la comunidad política. Como se sabe, la comunidad política va desde los núcleos más estrechos hasta los más abarcativos. Hasta no hace mucho se sostenía que el núcleo más abarcativo era la nación.
Las migraciones a las ciudades o el rápido desarrollo de un pueblo, como el caso que relataba mi amigo Alejandro, son situaciones que hacen que la comunidad deje de ser tal o bien se modifique tanto que sus habitantes ya dejen de ser referencia entre sí. La comunidad tiende a ser cada vez más una abstracción conceptual y no tanto una vivencia concreta, y por eso necesita sustentarse en los símbolos elaborados por la cultura, que resguarda la existencia de esa comunidad en el tiempo.
Otro amigo del mismo grupo se refería a que para los porteños el tango era algo así como una imagen que se vende a los turistas más que un sentimiento de identidad. Sin embargo también se ha dicho que nuestra propensión a la queja se encuentra bien reflejada por el tango.
Las migraciones urbanas en América Latina son incesantes, como sabemos, pero con el tiempo han dado en un cóctel explosivo de pobreza y violencia, bien sazonado por adicciones de todo tipo. Esto no niega los esfuerzos que se hacen en muchos de estos lugares para construir lazos de pertenencia frente a la peor cara de ese proyecto que nos manda a "salvarnos los que podamos".
Los villeros que conoció el padre Mugica respondían a ese grupo que vivía su pertenencia marginal a la gran ciudad como un valor y de alguna manera eran solidarios entre ellos, al menos al punto de no pagar una garrafa de gas más de lo que debia ser pagada. Pero esa solidaridad necesita ser trabajada -en clave católica, evangelizada-, y si no ponemos en práctica esa opción preferencial por los pobres que desde aquellos tiempos se viene enunciando (podría leerse en clave pesimista la reiteración que los obispos latinoamericanos hacen en Aparecida del tema, aunque si toda la Iglesia -y no sólo algunos, para colmo a veces sospechados de "inflitración"- se hace cargo de lo que vienen diciendo todos los documentos, desde Medellín para acá, tendremos razones para el optimismo), entonces sólo seremos pasivos espectadores de escenas que eran inimaginables hace treinta y pico de años.

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