domingo, 28 de diciembre de 2008

Inocencia perdida

El año se cierra con pronóstico incierto para nuestro país en materia política, lo que se suma a la incertidumbre económica de alcance mundial. Crecen las deserciones en torno al matrimonio Kirchner, especialmente de quienes se acercaron a ellos por izquierda, como Ceballos, Tumini y Bonasso. Por otro lado reaparece el estratega en las sombras de la política argentina de la última década, Eduardo Duhalde, quien tuvo su oportunidad de mostrarse como líder para tiempos de crisis merced a medidas que beneficiaron a poderosos grupos económicos, como la pesificación asimétrica.
La clase media nunca simpatizó con este arquetípico dirigente del conurbano bonaerense que supo estar en los lugares adecuados en los agitados años de la recuperación de la democracia: desde la renovación peronista impulsó a un histórico con suficiente consenso interno como Antonio Cafiero para gobernar la provincia de Buenos Aires, pero se reservó un papel aparentemente secundario como compañero de fórmula de un ascendente Carlos Menem. Luego, cuando Cafiero no pudo presentarse a la reelección, abandonó la vicepresidencia para ponerse al frente del estratégico justicialismo bonaerense como gobernador de la provincia, con abundantes fondos provistos por la Casa Rosada.
Durante su gestión el conurbano se fue transformando en tierra de nadie, al compás de las consecuencias del proyecto neoliberal de Menem y Cavallo. Su pretensión de suceder al riojano no prosperó, porque la clase media creyó en la máscara presuntamente inocente de Fernando de la Rúa y sobre todo en la pirotecnia verbal de Chacho Álvarez, un trepador de la política cuya estrella se apagó demasiado pronto, acaso porque él también creía en la máscara del suegro de Shakira. Pero su ungido Carlos Ruckauf, sin reparar en las causas de la ya meneada "inseguridad", lo sucedería al prevalecer, con la ayuda paradójica de los votos del partido de Cavallo, sobre la candidata aliancista, defenestrada por "atea y abortista".
Las torpezas de la Alianza pusieron la mecha que con la ayuda de algunos de los hoy llamados "barones del conurbano" se encendió para poner fin al experimento de una coalición de gobierno no justicialista. Tras un par de semanas en que el excéntrico Adolfo Rodríguez Saá vio pasar su oportunidad, este aficionado al ajedrez llegó al poder mediante cierto enjuague político, facilitado por otro gran elector como el ex presidente Alfonsín. La clase media aún no olvidó su promesa incumplida de devolver dólares a quien los hubiera depositado, y la "mejor policía del mundo" contribuyó al fin de su protagonismo en escena con los asesinatos de Kosteki y Santillán.
Pero el tenaz ajedrecista se propuso encontrar a quien, dentro del justicialismo, pudiera impedir el triunfo de Carlos Menem, que pretendía apelar a la frágil memoria de los argentinos para volver a ser presidente. Un hasta entonces semidesconocido Néstor Kirchner fue el elegido, y la jugada de Duhalde, facilitada por la deserción de Menem, coronó al santacruceño. Lo demás es historia conocida. Hoy el antiguo bañero confiesa amargamente su error al haber lanzado al ruedo al tosco patagónico. Pero lo suyo, si es una pérdida, no es precisamente de la inocencia.

domingo, 7 de diciembre de 2008

La viudita misteriosa

El pasado martes Solange Bellone, viuda de Sebastián Forza, pasó un mal momento en el programa de Mirtha Legrand cuando la conductora pretendió que hablara con su suegro al aire. La señora de los otrora apacibles almuerzos, quizá por la necesidad de mantener su rating, se ha caracterizado últimamente por provocar diálogos urticantes entre uno de sus invitados y alguien con quien éste tiene cuentas pendientes.
La viuda de Forza aparenta no saber muchas de las cosas que su marido hacía para mantener una holgada posición económica, lo cual mereció una punzante observación de la señora de Tinayre. En un reportaje publicado en Clarín afirma haber descubierto la "doble vida" de Sebastián, "un chico ambicioso que vivió muy rápido". A tal punto llega su desconocimiento que ignoraba la existencia de algunos autos que manejaba su marido.
Solange Bellone anuncia que está escribiendo una especie de autobiografía en la que contaría algunos de los misterios que rodean la vida de su cónyuge, mientras intenta rearmar su vida y proteger a su pequeño hijo de la inevitable exposición que todo este episodio ha generado. Pero tendrá que convivir mucho tiempo con el fantasma de Sebastián.