domingo, 3 de febrero de 2008

El manoseo

Una vez más se recuerda un episodio emblemático de la "viveza criolla": el gol de Maradona con la mano a los ingleses. Los ingleses quisieron creer que les había pedido perdón, y él después lo negó, como hízo tantas veces antes.
A ese gol se lo bautizó como "la mano de Dios", y muchos argentinos creímos en el endosamiento de su autor, que más temprano que tarde reveló sus numerosas flaquezas. Ahora, por ejemplo, les tocó el turno a sus compañeros de selección, que tampoco habrán sido carmelitas descalzas en sus épocas de futbolistas. Seguramente ninguno de ellos abrió la boca para condenarlo al ver cómo sufría tras sus notorios excesos.
Pero los dioses sufren la indiferencia. Por eso hay que hablar de ellos, bien o mal. Y si ellos no advierten que no son tan omnipotentes como parecen, el mejor remedio es dejarlos que sigan hablando. Quizás su frase más lúcida la pronunció en uno de los peores momentos de su vida: "Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha". No se mancha cuando rueda por el césped, pero sí cuando se la manosea indebidamente, como si de ella dependiera el destino de una nación.
Una de las escenas más tiernas de la película "Iluminados por el fuego" es cuando, después de la rendición, uno de los soldados toma una pelota de fútbol y empieza a patearla hacia sus compañeros. Esa pelota estaba sucia por haber estado a la intemperie, pero en los pies de esos adolescentes obligados a madurar a la fuerza cumplía la misma función que en los de Maradona, aunque con ella nunca se convertiría ningún gol memorable. No había rodado por el escaso césped de las islas, pero al menos no quedó manchada de sangre, lo cual no autoriza a equiparar una guerra con un partido de fútbol.

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