viernes, 26 de septiembre de 2008

El pasado que vuelve

Hace treinta y cinco años el general Perón triunfaba por última vez en elecciones presidenciales. Se había hecho realidad el "Perón vuelve", al principio con la lucha de la resistencia sindical y en los últimos años con la de la "juventud maravillosa".
Pero el anciano líder ya se había dado cuenta de que su movimiento, el que creía conducir como si lo tuviera en la palma de su mano, estaba irremediablemente dividido. Por un lado se cantaba la consigna de la "patria peronista" y por otro la de la "patria socialista", y los que apoyaban esta última alternativa se sentían más cómodos en la breve gestión de Cámpora, aunque tuvieron que tragarse un sapo de mayúsculo tamaño, el secretario privado del general, aficionado a la astrología y por sobre todas las cosas amante del poder.
Los hechos se sucedieron vertiginosamente en poco más de seis meses: el 11 de marzo de aquel 1973 el triunfo de Cámpora por casi un 50%; su tumultosa asunción el 25 de mayo, con la liberación de los presos políticos -es decir, parte de esa "juventud maravillosa"- esa misma noche; la fiesta que debía acompañar el definitivo regreso del caudillo, trocada en sangrienta batahola, el 20 de junio; la renuncia de Cámpora con el interinato del pintoresco yerno del secretario de marras; la convocatoria a elecciones con el pacto sellado entre Perón y su antiguo adversario radical Ricardo Balbín, y el aplastante triunfo del líder justicialista.
Dos días después de aquella jornada que debió ser gloriosa, José Ignacio Rucci, dirigente del entonces poderoso gremio metalúrgico y cabeza máxima de la CGT, encontró la muerte en forma violenta. Muchos se alegraron secretamente y otros no tanto: era una forma de ponerle límites nada menos que al casi omnipotente general, quien tenía un sincero aprecio por ese hombre que con su paraguas lo protegía de la lluvia en su primer regreso al país, en desafío al presidente de facto que le había mojado la oreja con aquel "si Perón no vuelve es porque no le da el cuero".
Con el tiempo la jugada del partido militar resultó ser una carta de triunfo para sus intereses: esperar sentado ver pasar el cadáver de su enemigo y dejar transcurrir el tiempo necesario para que los acontecimientos precipitaran su regreso al poder.
Hoy la patria ya no se adjetiva. Pero muchos recuerdan aquello de "ni yanquis ni marxistas". En el código genético del sindicalismo cegetista ha quedado impreso ese "No jodan con Perón". En el fondo no han podido digerir el hecho de que ya no son "la columna vertebral del movimiento", porque salvo algunos nostálgicos nadie habla del "movimiento peronista". Más aún: cuando alguien, subido al fervor revisionista de Néstor Kirchner, quiso saber qué hacía en aquellos años Hugo Moyano en Mar del Plata, un silencio incómodo siguió a su pregunta.
Aunque ya no existe ni el movimiento ni su columna vertebral, hay una discusión latente entre los ya no tan jóvenes ni mucho menos maravillosos y los herederos de un estilo de conducción apoyado no pocas veces en los "fierros", aunque sus bases hoy estén muy menguadas, producto de aquella dictadura y de otro gobierno justicialista ante el cual muchos de ellos hicieron la "vista gorda", algo coherente con sus siluetas no tan esbeltas.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Lunes otra vez

La burbuja del capitalismo mundial ha sufrido una explosión durante la jornada de hoy. No es la primera ni será la última; en consonancia con el vértigo de la globalización, estas crisis se han venido acelerando desde aquel otro lunes negro, el 19 de octubre de 1987, contemporáneo del estreno de una exitosa película titulada Wall Street, donde un inescrupuloso banquero se sirve de un joven ambicioso para intentar una operación riesgosa.
Oliver Stone, el director de esa película, continuó con ella un camino iniciado con Pelotón y que lo llevaría al ejercicio de un revisionismo histórico con JFK y Nixon, y sus coqueteos con Castro y Chávez lo confirmaron en su faceta de niño maldito del establishment.
Se sabe que Hollywood no ama a George W. Bush, aunque los californianos hayan tenido gobernadores surgidos de la industria como Reagan y Schwarzenegger, no precisamente unos progres.
Siete años después del estallido de las Torres Gemelas, la presidencia de Bush se va extinguiendo en medio del escándalo casi permanente de una guerra que pronto merecerá otra película de Stone, seguramente con Bush como uno de sus personajes principales.
La coincidencia entre aquel momento y éste, en lo que a nosotros concierne, es que el "riesgo país" vuelve a ser noticia, pese al pago hecho con bombos y platillos al Club de París. Pero nada es para siempre: ni las estadísticas truchas del INDEC, capaces de producir el milagro de una inflación inferior a la norteamericana. Los supuestos expertos nos hablan de una "estanflación", ante la cual se necesitará algo más que la cosmética habitual en la Casa Rosada.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Pasó un ángel

Eduardo Bergara Leumann fue un ángel regordete, como aquellas pinturas o esculturas barrocas, eternamente vestido con un sombrero que era su marca de fábrica y cuyo hogar era una especie de templo gótico, y al irse dejó tras de sí el silencio.
Se trata de uno de los últimos exponentes de la cultura alternativa de la segunda mitad de los sesenta, la que florecía contra la represión ultramontana, cuyo otro bastión era el Di Tella.
Se atrevió a desacartonar el tango cuando parecía destinado a perder la partida con el entonces naciente rock argentino. Desde su primera Botica, que dio paso años más tarde a la 9 de Julio, abrió las puertas a jóvenes talentosos como Susana Rinaldi.
Sus tertulias reunían a todo tipo de artistas para quienes la Botica era su casa. Años más tarde encontró, a unas pocas cuadras, esta morada donde se quedó a esperar serenamente la muerte, sin privarse de aquello que poco convenía a su salud. Llegó así a los 76 años, una edad tras la cual son pocos los afortunados que pueden mantener sus sueños.
Como todo ángel, nunca nos dará la espalda, y quizás con sus congéneres esté preparando un nuevo espectáculo coral para recibirnos por si nos toca llegar a esos mismos sitios.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

París era una fiesta

La fiesta, en realidad, no era en la Ciudad Luz, pero el Salón Blanco de la Casa de Gobierno mostraba todas sus luminarias a pleno para celebrar el anuncio presidencial de la cancelación de la totalidad de la deuda con el Club de París, es decir, los principales países europeos que habían hecho una "vaquita" que con el tiempo se transformó en una verdadera hacienda.
Como cuando tres años antes Néstor Kirchner canceló de la misma forma la deuda con el FMI, algunos quisieron ver en la decisión de su esposa un gesto de afirmación soberana.
Algunas manifestaciones de los que aplaudieron el anuncio de Cristina Fernández no dejan lugar a dudas. Por ejemplo, Hugo Moyano expresó, muy suelto de cuerpo: "La decisión de pagar al Club de París produce la apertura de líneas de crédito internacional y, además, les saca el discurso a los neoliberales, que permanentemente criticaban". Moyano pareció no advertir que si se hace lo que piden los neoliberales con el tiempo se pasa a ser uno más de ellos.
Lejos quedaron las afirmaciones de soberanía de quienes defendían los préstamos a tasa leonina de Chávez. Pero para muchos esto se parece demasiado a una "fuga hacia adelante" que permita soñar con trenes de alta velocidad en un país en el que el transporte aéreo es -pese al otro sueño nacional y popular de Aerolíneas- casi una quimera.
En París, sin embargo, reclaman una pequeña diferencia, casi el precio del tren bala. Los "mercados", esa metonimia que define a poderosos operadores internacionales, están manejando dos variables que deberían preocupar a quienes toman las decisiones de la economía argentina: el precio del milagroso "yuyo" por el que tanto se peleó en los últimos meses y el "riesgo país", un concepto que nos retrotrae a los febriles días que se vivían en los primeros años de esta década.

martes, 2 de septiembre de 2008

Los argentinos y Dios

Como toda encuesta, aunque esté hecha con el mayor rigor científico posible, la que se publicó la última semana acerca de las creencias religiosas de los argentinos ha dado lugar a diversas interpretaciones.
La última muestra abarcativa sobre el tema había sido hace casi medio siglo, en ocasión del censo de 1960, que arrojó una cifra del 90% de católicos. Hoy esa cifra ha caído a un 76%, lo cual, visto desde la diversidad de opciones, puede parecer positivo. Un 11% dice ser agnóstico, ateo o carecer de religión, pero en otra pregunta acerca de si se cree en Dios, el 91% la responde positivamente. El porcentaje restante se completa con un 9% de evangélicos, y el resto se reparte entre judíos, mormones y Testigos de Jehová, con alrededor de 1% en cada caso.
Estas cifras no parecerían corresponderse con la "sensación térmica" de presencia de esos cultos en la vida cotidiana. Las horas de transmisión televisiva, especialmente nocturna, de los pastores que predican en portuñol ante audiencias multitudinarias podrían sugerir una popularidad en ascenso. Pero no debe olvidarse que el mundo de los cristianos evangélicos es muy vasto, con iglesias tradicionales como la metodista o la luterana, cuyas feligresías son más parecidas a la católica, y las iglesias electrónicas de los pentecostales, que funcionan como emprendimientos que van desde el cuentapropismo hasta estas imponentes "catedrales de la fe".
La Iglesia Católica, que aún puede ser reconocida como la confesión mayoritaria de los argentinos, si bien según la misma encuesta es una de las instituciones más confiables (un 59% de imagen positiva), como contraste se puede decir que al menos para un 17% de quienes se confiesan sus miembros ofrece alguna clase de reparos. No escasean los diagnósticos que los propios obispos elaboran a partir de sondeos similares. Pero dentro de cincuenta años habrá que ver cuál es el panorama.