domingo, 24 de agosto de 2008

Alegrías olímpicas

Los Juegos Olímpicos que acaban de clausurarse han significado una conquista de medallas para los deportistas argentinos numéricamente similar a la de hace cuatro años. Aunque es muy poco lo que queda del "espíritu" con el que fueron concebidos hace más de un siglo, no deja de ser una alegría cuando esforzados deportistas como Juan Curuchet logran coronar con una medalla dorada una trayectoria impecable. Lo mismo vale para la cuarta medalla de Espíndola en estas competencias, acompañado nuevamente por Lange.
También nos contagió la emoción de una mucho más joven judoka, Paula Pareto, al obtener su medalla de bronce.
Los equipos de básquetbol y hóckey sobre césped femenino han revalorizado sus credenciales de seleccionados de primer nivel mundial, producto de una organización de sus competencias que no se observa en otros casos. Sus dirigentes tienen un perfil más bajo que el de un Julio Grondona, que nuevamente festeja un título internacional -el segundo consecutivo en los Juegos-.
El mérito pasó por talentos como Messi, Agüero y De María -revelación de este campeonato-, pero también por la solidez de la defensa y sobre todo por la entrega generosa de Mascherano en la mitad de la cancha. El siempre discutido Juan Román Riquelme aportó su clase en el decisivo partido contra Brasil, cuyo resultado se festejó más que el ajustado triunfo sobre Nigeria.
En el debe quedan algunas decepciones de figuras que habían recibido una desusada promoción -los nadadores Meolans y Bardach- y la pálida actuación de los tenistas, pese a lo que los motiva defender la camiseta argentina en la Copa Davis.
En un balance general quedará sin dudas en un plano principal la actuación de monstruos como Michael Phelps, que sin embargo no logró evitar que los dueños de casa obtuvieran la mayor cantidad de medallas doradas.
Por dos semanas las guerras no ocuparon tanto la atención de la TV mundial. Pero el deporte, como bien se sabe, es un arma eficaz para difundir las bondades de un país. No se exageraría si se dijera que es (otra) continuación de la guerra por otros medios.

domingo, 17 de agosto de 2008

Una tarde en la (ex) ESMA

Después del anuncio de hace ya cuatro años del entonces presidente de la Nación, aún no existe el tan debatido en ese momento "Museo de la Memoria". Pero uno de los edificios que forman parte del complejo de una institución que fue sede de numerosos crímenes del terrorismo de Estado ha sido rebautizado como "Centro Cultural Haroldo Conti", nombre que, como se sabe, es el de una de tantas víctimas de esos siniestros planes, un reconocido escritor.
El edificio, a primera vista, parece ser uno de los pabellones de un hospital. Es uno de los típicos ejemplos de la arquitectura del primer peronismo, ya que fue inaugurado en 1949. La nublada tarde de ayer convocaba a ocupar un amplio espacio, de un hall central similar al de los hospitales públicos, pero cubierto de sillas, en el marco de las jornadas iniciadas la semana anterior sobre "Literatura y memoria".
Como observó Alan Pauls, que formó parte de un primer panel titulado "Los setenta en la representación", integrado por quienes desde la literatura hicieron una posible recreación de la época, el espacio parecía ser más frío hacia adentro que en los jardines. Martín Kohan, que lo siguió en el uso de la palabra, luego de leer un texto lleno de referencias al niño que él era en esos años y a sus inquietudes que no encontraban respuesta ("¿Por qué dicen esos carteles: 'Prohibido estacionar o detenerse. El centinela abrirá fuego'?), se atrevió a confesar que no podía utilizar un tono satírico para recrear aquellos momentos cuando aún hay niños -hoy adultos- que no saben quiénes fueron sus padres.
Mientras ellos hablaban, se oía el ruido de los motores de los aviones que se disponían a aterrizar en el cercano Aeroparque, y también llegaba el rumor de la pequeña y también vecina cancha de Defensores de Belgrano. Aunque aquel edificio no había sido el centro de las torturas a los secuestrados por los grupos de tareas, no pude evitar relacionar ambas señales con los motores de otros aviones, los que arrojaban los cuerpos convenientemente sedados a las ocres aguas del ancho río de la Plata, y con los estruendos de los gritos de gol en pleno Mundial 78, originados en otro cercano e imponente estadio.
A todos los que estábamos ahí nos habrán pasado sensaciones similares. Pero en la pausa se ofrecía café, recompensado a voluntad por los asistentes, para mitigar el frío. El segundo panel, ya en el anochecer, se ocupó de la cuestión del testimonio y su posible validez, lo que implicaba un posicionamiento muy claro sobre la función del historiador, y por lo tanto filosas objeciones hacia renombrados representantes de cierta "historia académica". La atracción del panel era sin duda la siempre aguda Beatriz Sarlo, pero el joven historiador Javier Trímboli aportó esa dosis de polémica necesaria para encender tales objeciones.
Los sonidos del mundo exterior que entonces empezaron a invadir el amplio espacio fueron los del ensayo de una murga, que ya no pudieron confundirse con los de aviones o gritos de gol. Aunque no alcanzara para que el clima llegase a ser festivo -porque nunca podría serlo en un espacio de gris arquitectura y teñido de fantasmas del ayer aún demasiado reciente- fueron una compañía que no desentonó con las palabras que adentro resonaban.

domingo, 10 de agosto de 2008

El blues de Orteguita

Ariel Ortega fue una de las grandes promesas del fútbol argentino en los años noventa. Cuando a Maradona le "cortaron las piernas", según su gráfica expresión, tuvo que ocupar su lugar en la cancha en los que serían los últimos partidos del equipo argentino en el Mundial de Estados Unidos.
En el mundial siguiente, el de Francia, cuando el seleccionado perdió en los últimos minutos el partido contra Holanda, aún se recuerda su cabezazo al arquero holandés, que le llevaba unos cuantos centímetros de altura. No fue el responsable de esa derrota pero su gesto de impotencia fue emblemático de la tendencia argentina a no aceptar los fracasos.
Su tercer mundial marcó otra decepción, coronada apenas con un gol de penal, en realidad convertido tras el rebote dado por el arquero sueco.
Su carrera en Europa no estuvo tampoco a la altura de sus antecedentes, deambulando por equipos españoles e italianos, hasta que River lo repatrió, y allí recuperó la alegría de jugar. Una nueva transferencia lo depositó en un equipo turco, lo que podría haber sido la puerta de su reingreso a las grandes ligas pero una vez más lo traicionó su dificultad de someterse a la disciplina de un entrenador que pusiera entre paréntesis su talento y le pidiera otra clase de sacrificios. Por entonces no se hablaba con todas las letras de su problema de alcoholismo.
Su abandono precipitado del club de Turquía pareció ser el final de su carrera, pero luego de un tiempo de suspensión, cuando ya había pasado los 30 años, se le abrió una nueva oportunidad en Newell´s, y la exitosa sociedad con el Tolo Gallego tuvo su premio con un título. Nuevamente River se cruzó en su camino, con su padrino futbolístico Daniel Passarella, que tuvo con él la indulgencia que no mostró en otros casos, pero la condición fue que él se hiciera cargo de su enfermedad.
Los resultados no acompañaron a Passarella, y después del "paso a paso" de Merlo llegó Diego Simeone, compañero de Ortega en los tres mundiales que jugó, a ocupar el banco de suplentes de River. Ortega fue decisivo en la obtención del primer campeonato de River tras años de resultados frustrantes, pero lo que debía ser el final feliz se transformó en una nueva zozobra. Simeone lo separó del equipo tras un nuevo exceso con el alcohol, y el "Burrito" pareció acusar el golpe, pero otro escándalo -esta vez ante las cámaras de TV- significó la gota que rebalsó el vaso de una situación inmanejable para los dirigentes de River, a pesar del reciente éxito.
Cuando se hablaba de un futuro destino exótico -que hubiese significado seguramente el alejamiento de toda tentación a la bebida- llegó un nuevo salvavidas para su carrera ya declinante: un equipo -nada menos- de la tierra del sol y del buen vino, pero del ascenso. Será sin dudas una atracción cuando le toque jugar de local, y objeto de curiosidad y acaso de escarnio cuando le toque visitar las polvorientas canchas suburbanas o de pequeñas ciudades del interior, donde recios marcadores lo depositarán en el suelo y muchos árbitros, conociendo su legendaria habilidad para simular infracciones, tenderán a desconfiar de sus caídas.
Él podría decir, con tanta autoridad como Diego, que pagó sus errores, pero que la pelota no se mancha. El mayor desafío no es, para él, si su equipo asciende, aunque los que lo contrataron se ilusionen con esa expectativa, sino que su magia aún pueda brillar antes del inevitable ocaso.