domingo, 8 de junio de 2008

Crónica de un niño solo

Como lo contaba en una especie de video autobiográfico, Bernardo Neustadt, un niño de 14 años, se fue del colegio donde estaba pupilo en La Plata y apareció en su casa paterna. Le dijo a su asombrado padre que quería ser periodista, y el horrorizado señor Neustadt vio partir a su hijo para siempre.
Primero fue el diario El Mundo, más tarde Clarín, sin olvidar su paso por la función pública en los años finales del primer peronismo, bajo el ala del almirante Teissaire, quien fue más tarde uno de los más célebres traidores a Perón. El joven Bernardo empezaba a practicar la gimnasia del arrepentimiento, que repetiría muchas otras veces.
Los años sesenta lo vieron convertido en un incipiente empresario periodístico, y su influencia sobre el poder fue creciendo, especialmente cuando los uniformes militares ocupaban espacios no pensados oportunamente para ellos. Pero también dio oportunidades a jóvenes prometedores, algunos en las antípodas de su pensamiento.
En los años de Isabel estrenó su Tiempo Nuevo, que casi sin intermitencias mantendría bajo la dictadura. Él daba los golpes de efecto y Mariano Grondona bajaba línea más sutilmente. Ambos hacían una pareja que parecía eterna.
La televisión democrática los mantuvo unidos, hasta que algún funcionario de segunda línea decidió que el tiempo de Neustadt y Grondona había terminado. Bernardo y Mariano siguieron un tiempo juntos, en un canal recientemente privatizado, y el menemismo los terminó separando.
Durante casi una década el éxito acompañó a Bernardo, que le mostraba a Doña Rosa que con Menem estábamos en el primer mundo, pero la misma televisión privatizada por la que tanto había bregado se lo deglutió, como a casi todos los programas políticos. Entonces descubrió, casi con el candor de sus catorce años, que la televisión era un negocio y no un servicio. Se refugió en la radio, pero al parecer no fue una buena experiencia, y poco a poco su presencia fue apagándose, en espacios de cable a los que ya no iban los grandes personajes.
Su mejor alumno, como suele suceder, lo superó, y como también suele suceder, el maestro renegó de él. Daniel Hadad se desembarazó bien pronto de los escrúpulos que le habían inculcado en la UCA y en Navarra, y terminó aprendiendo que los gobiernos pasan, pero los medios quedan, y cada vez fue instalándose mejor, sin devolver nunca aquellos 600 dólares que el cándido Bernardo había invertido en su formación.
Se fue sin hijos y sin discípulos reconocidos. Quizás haya podido reconciliarse con aquel padre tan severo, y ahora que inició el sueño eterno, deje de sobresaltarse como cuando solo dormía tres horas.

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