El fallecimiento del ex presidente Raúl Alfonsín provocó una casi insospechada manifestación de dolor popular, si se piensa que debió entregar anticipadamente el poder a Carlos Menem, candidato triunfante en las elecciones presidenciales de 1989, ante la incontenible inflación y los saqueos en el Gran Buenos Aires y Rosario.
No se homenajeó a un dirigente de un partido desprestigiado tras otro anticipado alejamiento del poder, el de Fernando de la Rúa doce años después, sino a un líder que encarnó las esperanzas de un cambio profundo de la cultura política argentina sin lograrlo definitivamente. Aunque por una razón lógica su hijo Ricardo, el único que heredó su vocación política, fue la cara visible de su familia en las exequias, la ocasión pareció propicia para el reencuentro de la "familia radical", especialmente de nombres casi ausentes del panorama político actual como Moreau o Federico Storani, y el nunca bien ponderado Enrique "Coti" Nosiglia, flor y nata de la otrora poderosa Junta Coordinadora, a la que en su época algún exagerado bautizó como "los montoneros de Alfonsín".
La herencia política de Alfonsín no se dirimirá entre sus laderos de ese entonces y mucho menos le correspondería al ninguneado vicepresidente Cobos, que parece encaminado a protagonizar un "regreso del hijo pródigo" al que tarde o temprano se sumarían Elisa Carrió y hasta Ricardo López Murphy, que nunca podría haber sido ministro de Alfonsín y apenas duró dos semanas con De la Rúa. Ricardo Alfonsín, que siempre fue un hijo identificado con su padre, tendrá que ceder su lugar a los hijos pródigos o a algunos de ellos-, porque su apellido no es garantía de victoria.
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