sábado, 10 de enero de 2009

Pasiones y muertes

Cuando se conoció la decisión de los organizadores del Rally Dakar de trasladar la carrera al continente sudamericano las reacciones fueron de todo tipo, tanto a favor como en contra. La competencia generó una auténtica conmoción en la largada simbólica al pie del Obelisco, hace apenas una semana. La primera jornada, por polvorientos caminos bonaerenses, pareció un ejercicio simple para los vehículos especialmente preparados, pero la segunda se tiñó de tragedia, conocida con un incomprensible retraso, cuando se supo dos días más tarde el desgraciado final de un motociclista francés, víctima de un edema pulmonar.
Los accidentes y retrasos fueron sucediéndose, siendo casi milagroso que sus protagonistas no engrosaran la funesta lista. Un motociclista argentino permaneció varias horas a la intemperie cuando su máquina se averió y sus señales no fueron captadas por los organizadores, y otro motociclista chileno debió ser internado en Neuquén y cuando era trasladado en avión a Santiago tuvo que aterrizar de urgencia en la ciudad de Concepción y fue internado inmediatamente, pues su vida corría riesgo. También hubo dos corredores ingleses que permanecieron en un hospital pampeano durante días en terapia intensiva.
Hoy la caravana, seguramente con una merma apreciable, se encuentra en territorio chileno, y los sobrevivientes de la dura prueba se preparan para lo que viene, que es considerado aún más difícil: la travesía por el desierto de Atacama, tras lo cual reingresarán a nuestro país. Sin duda todos ellos tienen una especial fascinación por el riesgo, pero no son los únicos: en la imponente cordillera que los vio pasar, como hace casi dos siglos lo hicieron las tropas de San Martín, el Aconcagua se cobró dos víctimas, y en una regata disputada en las frías aguas del Pacífico Sur, el naufragio de una embarcación también puso al borde de la muerte a sus tripulantes.
Vivir en nuestro tiempo, aun cuando uno no sea aficionado a los deportes extremos, también es un riesgo, pero quienes practican esos deportes tienen asumido, o deberían tenerlo, que pueden no regresar sanos y salvos. Esa es la gran diferencia.

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