domingo, 17 de agosto de 2008

Una tarde en la (ex) ESMA

Después del anuncio de hace ya cuatro años del entonces presidente de la Nación, aún no existe el tan debatido en ese momento "Museo de la Memoria". Pero uno de los edificios que forman parte del complejo de una institución que fue sede de numerosos crímenes del terrorismo de Estado ha sido rebautizado como "Centro Cultural Haroldo Conti", nombre que, como se sabe, es el de una de tantas víctimas de esos siniestros planes, un reconocido escritor.
El edificio, a primera vista, parece ser uno de los pabellones de un hospital. Es uno de los típicos ejemplos de la arquitectura del primer peronismo, ya que fue inaugurado en 1949. La nublada tarde de ayer convocaba a ocupar un amplio espacio, de un hall central similar al de los hospitales públicos, pero cubierto de sillas, en el marco de las jornadas iniciadas la semana anterior sobre "Literatura y memoria".
Como observó Alan Pauls, que formó parte de un primer panel titulado "Los setenta en la representación", integrado por quienes desde la literatura hicieron una posible recreación de la época, el espacio parecía ser más frío hacia adentro que en los jardines. Martín Kohan, que lo siguió en el uso de la palabra, luego de leer un texto lleno de referencias al niño que él era en esos años y a sus inquietudes que no encontraban respuesta ("¿Por qué dicen esos carteles: 'Prohibido estacionar o detenerse. El centinela abrirá fuego'?), se atrevió a confesar que no podía utilizar un tono satírico para recrear aquellos momentos cuando aún hay niños -hoy adultos- que no saben quiénes fueron sus padres.
Mientras ellos hablaban, se oía el ruido de los motores de los aviones que se disponían a aterrizar en el cercano Aeroparque, y también llegaba el rumor de la pequeña y también vecina cancha de Defensores de Belgrano. Aunque aquel edificio no había sido el centro de las torturas a los secuestrados por los grupos de tareas, no pude evitar relacionar ambas señales con los motores de otros aviones, los que arrojaban los cuerpos convenientemente sedados a las ocres aguas del ancho río de la Plata, y con los estruendos de los gritos de gol en pleno Mundial 78, originados en otro cercano e imponente estadio.
A todos los que estábamos ahí nos habrán pasado sensaciones similares. Pero en la pausa se ofrecía café, recompensado a voluntad por los asistentes, para mitigar el frío. El segundo panel, ya en el anochecer, se ocupó de la cuestión del testimonio y su posible validez, lo que implicaba un posicionamiento muy claro sobre la función del historiador, y por lo tanto filosas objeciones hacia renombrados representantes de cierta "historia académica". La atracción del panel era sin duda la siempre aguda Beatriz Sarlo, pero el joven historiador Javier Trímboli aportó esa dosis de polémica necesaria para encender tales objeciones.
Los sonidos del mundo exterior que entonces empezaron a invadir el amplio espacio fueron los del ensayo de una murga, que ya no pudieron confundirse con los de aviones o gritos de gol. Aunque no alcanzara para que el clima llegase a ser festivo -porque nunca podría serlo en un espacio de gris arquitectura y teñido de fantasmas del ayer aún demasiado reciente- fueron una compañía que no desentonó con las palabras que adentro resonaban.

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