domingo, 17 de mayo de 2009

Sentenciada

Marcelo Tinelli es uno de los formadores de opinión más influyentes en estos momentos en el país. Debe esa influencia a haber sabido, en los últimos veinte años, ofrecer entretenimiento masivo sin pretensiones de calidad.
En los años noventa, sus cámaras ocultas generaron encendidos debates éticos. La nueva década marcó el auge de los reality-shows, un género que hace pública la vida privada de quienes buscan un rato de fama. El formato se adaptó, en clave paródica, a las particularidades de la clase política argentina. Pero hubo un presidente, Fernando de la Rúa, que hizo empalidecer los rasgos de su propia caricatura cuando apareció como un hombre extraviado y confundido en el estudio del conductor.
Cuando se fueron todos de la casa, en su programa aparecieron soluciones módicas y adaptadas a los tiempos de crisis, como imitadores, chicos que contaban chistes y otros que declaraban alguna habilidad digna de ser mostrada en cámara. El año pasado fueron los escandaletes de actrices o aspirantes a ello, con exhibición de vergüenzas públicas y privadas bajo la excusa de cumplir el sueño de quien procuraba ayudar a una causa más o menos noble.
El calendario electoral marca que hoy la clase politica vuelva a estar en el ojo de la tormenta, con niveles de frivolidad que tienden a acercarse a los de las pulposas modelos que bailaban en el caño. Parece que el ex presidente Kirchner, que se prestó a un paso de comedia con el imitador del desventurado De la Rúa, teme a la caricaturización de su esposa. No deja de tener un peso simbólico que el voto de los televidentes decida poner fin a su permanencia en la representación ficticia del sketch que para ser más fiel a la realidad debería llamarse "Gran Marido".

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